22 de marzo de 2018
LAS FLORES DE LA MEMORIA

A 40 años de la desaparición de la sanmartiniana María Elena Peter, y de su marido Armando Fioriti durante la última dictadura militar en nuestro país, este 24 de marzo Margarita Fioriti sigue nombrando a sus padres y encuentra a través del arte el camino para que ninguno de nosotros olvidemos, para que la historia no se repita nunca jamás.
Está todo oscuro, es una habitación donde se guardan cosas viejas. Se ve una bici colgada, fuera de uso, estantes llenos de cajas. Parece un sótano. Una niña revisa como si estuviese buscando un tesoro, hasta que en puntas de pie llega a tocar una caja, le empuja para poder tomarla, se le cae y al rozar el piso no estalla, o sí, pero al revés, es una explosión que no destruye sino que reconstruye. Hay un atado de cartas y fotos en blanco y negro. La niña toma una, de esas que venían recubiertas con un papel vegetal para preservar la imagen, y aparece el rostro pálido, sereno, sin sonrisa forzada de María Elena Peter, Toti, como le decían en el pueblo.
-Margarita, ¡a comer!- llama una voz y restablece la calma, porque quizá pocas cosas den tanta seguridad como saber que un plato caliente nos espera en la mesa.
Así comienza El nombre de las flores, una película que es un viaje para entender quiénes somos, de dónde venimos, qué legado dejan los que ya no están y que filmó Margarita para seguir recordando a María Elena, su mamá y a Armando Fioriti, su papá, desaparecidos durante la última dictadura militar.
Contar la historia
María Elena Peter nació en General San Martín en noviembre de 1945. Su papá tenía una librería y quienes la recuerdan dicen que eso marcó una diferencia en ella: se convirtió en una gran lectora. Estudió en el Estrada y creó junto a sus compañeros el primer Centro de Estudiantes. Egresó en el año 1962 y se fue a estudiar a Bahía Blanca la Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Nacional del Sur. Ahí comienza su actividad política. En el libro Partes del aire, de Lucio Peter, algunos amigos de aquellos tiempos dicen que era una excelente oradora, inteligente, muy capaz y hermosa.
A principios de los 70 ingresó a trabajar en los Tribunales bahienses: pasó de la militancia estudiantil a la gremial. Por aquel tiempo conoció a su compañero Armando Fioriti, con quien compartían la postura de generar un cambio de sistema en busca de un mundo más justo e igualitario. Se casaron tres años después y se fueron a vivir a Morón, donde nació Margarita.
El 17 de noviembre de 1978 en una noche de viento y lluvia un comando militar los secuestró. Nunca más se supo nada de ellos. La niña tenía 1 año y 10 meses, dos hombres vestidos de civil la entregaron en la guardería a la que iba, y eso permitió el reencuentro con sus abuelos y que sus tíos tramitaran la tenencia.
- Ellos me criaron en una familia hermosa, como una hija más. Me contaron la historia de a poco, no me ocultaron nada. Cuando a las cosas las tratas desde la verdad se vuelven simples. Tuve suerte, sí, porque podría ser una nieta buscando su identidad, eso me parece algo terrible- dice Margarita ahora.
Quién sos
El Golpe de Estado de 1976 dejó 30 mil desaparecidos y Abuelas de Plaza de Mayo todavía buscan casi 300 nietos. Al día de hoy 127 de ellos ya saben quiénes son en verdad, de grandes empezaron a entender cosas que les resultaban un misterio: por qué eran tan altos en una casa donde todos eran petisos, cómo se podía amar de ese modo a la poesía en un hogar donde nadie leía, qué movilizaba a un niño a recorrer 10 kilómetros en bici desde el campo a la ciudad para aprender música si ni la radio se escuchaba donde vivía. Al recuperar la identidad la respuesta caía por su propio peso, estaba en sus genes, en su sangre.
A Margarita le pasó algo parecido. A sus 30 años, de jeans, zapatillas, remera verde, cabellos suelto y mochila al hombro, compró boletos para hacer el viaje más largo e intenso de su vida, hacia el interior de ella misma. Visitó diferentes lugares para reencontrarse con amigos de sus padres, caminó las calles de General San Martín, y como al armar un rompecabezas, empezó a conocer más a María Elena, a Armando. A conocerse más a ella misma.
Hoy Margarita tiene el título de Ingeniera Agrónoma, pero no ejerce esa profesión. En esa búsqueda personal entendió que su pasión era otra. Tiene una casilla rodante y recorre el país contando cuentos, recitando poesías, creando títeres. El tema de la memoria atraviesa todas sus obras, pero de un modo muy sutil, en el interlineado fino o lo no dicho, nunca en las moralejas.
En 2014, cuando dio una entrevista para la radio del pueblo, estaba a punto de tomarse un avión en el aeropuerto de Ezeiza. La charla se tenía que interrumpir cuando por altoparlantes se anunciaba un vuelo. Del otro lado del teléfono ella no sólo narró su historia, también recitó unos versos de Mónica Morán -maestra, actriz, poeta de Bahía Blanca, asesinada en el 76 por la dictadura-, un fragmento decía así:
“ángel-dos era un ángel que chupaba naranjas soleadas
y escupía semillas mientra miraba a los hombres
nada le importaba tanto ni le gustaba tanto
como esa tarea y esas tardes de naranjas
y naranjazos
porque también ángel-dos tiraba naranjazos a los verdugos
justamente en la nuca
y los verdugos morían a naranjazos…”.
Filosofía y letras
Margarita ahora está recibiendo el otoño en Junín de los Andes, en pocos días cruzará la frontera porque fue seleccionada para participar de un festival de Teatro Lambe Lambe que se realizará en Valparaíso. Es teatro en miniatura, en una cajita transcurre la obra, con títeres y música, y a través de una ventanita podemos ver qué pasa allí de una persona a la vez. Marga representará otro poema de Morán, esta vez el Ángel reloj.
Es su manera de asumir el pasado y de mirar hacia el futuro lo que le da fortaleza para seguir levantando las banderas cada 24 de marzo, el Día de la Memoria, por la Verdad y la Justica. Dice que ha encontrado muchas respuestas, pero se sigue haciendo infinidad de preguntas.
En noviembre reeditará el libro Partes del Aire que escribió junto a su primo, a quien considera hermano, Lucio, y promete venir a San Martín para visitar la plaza que lleva el nombre de su madre y compartir con nosotros su arte: la filosofía y las letras que se vuelven llaves para transformar el mundo.-
Por Ángeles Alemandi.
Seguinos